Trópico de Cáncer- Intro homenaje


A 85 años de su publicación, analizamos la obra rupturista de Henry Miller y su influencia en la cultura pop del Siglo XX.
                                    


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Ignacio Bustos






Una biblia para los artistas del siglo XX

 El arranque de 'Trópico de Cáncer' tiene una fuerza, digna de una canción punk. Podríamos decir que el rupturismo de 'Trópico de Cáncer' fue la piedra fundamental de la cultura pop. La narración con el detalle de la inmunda anécdota, donde tuvo que limpiar al amigo. Tiene una mezcla de un neo romanticismo donde despeja lo superficial. Henry Miller narra este pasaje desde de la máxima expresión de un artista creando; No tener un centavo pero está feliz, porque se siente que el arte es todo en su vida. Podríamos decir que esta introducción tiene ciertos matices experimentales; La post primera guerra en general, el mundo estaba en una faceta bastante experimental, no solo el arte. El arte solo era solo un pretexto.

Miller piensa como artista para llegar a su obra se debe despojar de todo lo que lo rodea, es así como va dejando a su familia en USA, comienza una indomable maratón de romances, donde en varios pasajes de la novela van narrando con cierto lujo de detalle, qué para la sociedad de su momento, fue un escandaló mayúsculo. Para otros era un vanguardista muy adelantando a su época.
  
De la obra de Miller, el Trópico de cáncer esta bendecido por el fuego sagrado de la primera vez. El mismo Miller admite en varios pasajes, no sabe bien a dónde quiere ir, pero igual sigue para adelante. Sabe que se está gestando algo grande, y la obra es más grande que el. El tiempo le dio la razón. Lo que me fascina, es qué de antemano, más allá de su vanguardismo, contaba y hasta estaba seguro qué si el libro llegaba a USA, se lo iban a censurar como paso a lo largo de treinta años. Lo que le le hizo el libro clandestino más popular durante todas esas décadas.



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Ignacio Bustos

Twitter: @igbeabustos




 Una Introducción para la historia


«Vivo en la Villa Borghese. No hay ni pizca de suciedad en ninguna parte ni una silla fuera de su lugar. Aquí estamos todos solos y muertos.
Anoche Boris descubrió que tenía piojos. Tuve que afeitarle los sobacos y ni siquiera así se le pasó el picor. ¿Cómo puede uno coger piojos en un lugar tan bello como este? Pero no importa. Puede que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente, Boris y yo, si no hubiese sido por los piojos.
Boris acaba de ofrecerme un resumen de sus opiniones. Es un profeta del tiempo. Dice que va a continuar el mal tiempo. Va a haber más calamidades, más muerte, más desesperación. Ni el menor indicio de cambio por ningún lado. El cáncer del tiempo nos está devorando. Nuestros héroes se han matado o están matándose. Así que el héroe no es el tiempo, sino la intemporalidad. Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.
Ahora es el otoño de mi segundo año en París. Me enviaron aquí por una razón que aún no he podido descubrir.
No tengo dinero ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo. Hace un año, hace seis meses, pensaba que era un artista. Ya no lo pienso, lo soy. Todo lo que era literatura se ha desprendido de mí. Ya no hay más libros por escribir, gracias a Dios. Entonces, ¿esto? Esto no es un libro. Es un libelo, una calumnia, una difamación. No es un libro, en el sentido ordinario de la palabra. No, es un insulto prolongado, un escupitajo a la cara del arte, una patada en el culo a Dios, al hombre, al destino, al tiempo, al amor, a la belleza... a lo que os parezca. Voy a cantar para vosotros, desentonando un poco tal vez, pero voy a cantar. Cantaré mientras la diñáis, bailaré sobre vuestro inmundo cadáver...
Para cantar, primero hay que abrir la boca. Hay que tener dos pulmones y saber un poco de música. No es necesario tener acordeón ni guitarra. Lo esencial es querer cantar. Así, pues, esto es una canción. Estoy cantando.»

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