MI REMERA CELESTE







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CHRISTIAN KLEIN





Soy de la época del 90. Tiempos en los que se añoraban historias que no vivimos y que lejos estábamos de vivir.
A mis cinco años, recuerdo brevemente un toro que saltaba en una cancha, una copa que se levantaba y una remera celeste que festejaba.
Sentado en la falda de mi madre, recuerdo haber visto a Taffarel parado junto al palo, preguntándose cómo entro esa pelota.


Soy de la época de los amigos y enemigos de Paco, de la camiseta sin sponsor y del cabezazo de Púa.
A mis doce años, vi por primera vez a Uruguay jugar un mundial. Recuerdo que ya estaba en el liceo, el partido era contra Francia. Mi primer partido termino en empate. Nada mal teniendo en cuenta que tenía tan solo doce años. Soy de los que después del tres a cero apago la tele.
Justamente, en ese mundial me regalaron mi primera camiseta de Uruguay. En el placar de mi cuarto, ya tenía equipos completos del club de mis amores pero no de mi país.

Soy de una época de ídolos ajenos de país que no podía ubicar en un mapa. 




Pasaron los años y el karma de los penales apareció en mi vida. Primero fue en Australia, después en Venezuela. Ya había cumplido diecisiete años y seguía sin festejar junto a mis amigos que no comparten mi pasión.



Los del 90, somos una generación extraña. Recuerdo que en los picados o en los fútbol 5 no se veían remeras celestes. Es que ni se nos ocurría pedir una para navidad. No teníamos un referente, un ídolo. Alguien que quisiéramos imitar o que cuando le fuéramos a patear un penal a un amigo, dijéramos -“va a patear Forlán”

Pero cuando menos lo esperábamos el milagro apareció. 




Ya tenía veinte, cuando volvimos al mundial. El rival nuevamente era Francia. Al igual que en mi primer partido de los mundiales, el resultado termino en empate a cero.
Ya lo vivía distinto, con más cautela y debo decir también con un tono bastante pesimista a pesar del resultado. En la tele decían que era complicado pasar de fase. Los diarios nos daban por muerto. Las remeras celestes seguían sin aparecer en las calles.



Los días fueron pasando y las victorias fueron llegando. Pasamos a octavos siendo primeros en nuestro grupo. En mi segundo mundial ya habíamos ganado dos veces. La cautela empezaba a irse, la ansiedad era mi nueva amiga.
18 de Julio tenía banderas colgando, la gente iba al trabajo con remeras celestes. ¿Qué estaba pasando?


Pasamos a cuartos sufriendo, pero pasamos. Nuestros vecinos gigantes ya no estaban en la fiesta. Todo el mundo hablaba de una vieja leyenda que se había despertado. Esos éramos nosotros.




Estoy casi seguro, que todo el mundo sabe dónde vio el partido contra Ghana. Saben con quiénes estaban, qué estaba comiendo, qué tenía puesto.
Pero no me quedo solo en lo que fue el partido. Todos, incluso hasta las personas que no les gustan el fútbol o los que no lo entienden, estaban mirando el partido. Ese día vi gente grande, que había ganado quinquenios con su club, que había sido campeona de la Libertadores y del mundo, llorar por Uruguay. 


Ese día fue el quiebre de mi generación.
Ese día no existían los ídolos que tuve y que nunca besaron los colores que yo amo.
Ese día, la tele dejó de pasar imágenes en blanco y negro y pude ver mi remera celeste a color. 

 

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