Christian Klein
Es eso que todos dicen que siente y que el otro no comprende. Es eso que se grita a cuatro vientos pero que nadie escucha.
¿La pasión conoce al odio? Yo creo que no.
Tan bastardeada y mal utilizada estás siendo, que todos la confunden.
La pasión es amor en su estado más puro. Es un éxtasis que explota en todo nuestro cuerpo y que necesitamos expresarlo, cada uno a su manera.
No conoce color de piel, ni edad ni credo. Por eso es tan puro.
Pero ¿cómo llegamos conocerla? Algunos tienen la suerte o tal vez la facilidad que sus abuelos o padres se la inculcaran de pequeño. De nacer y ya tener su remera nueva, con el nombre en la espalda y el número del ídolo del club.
Otros se van haciendo al andar. No tienen una referencia que les indique el camino. Tocan de oído en cada charla y en cada sobremesa, para que poco a poco los colores te van atrayendo a ese mambo de emociones que cada torno, copa, y fin de semana van a vivir cuando sus colores salten a la cancha.
Muchas veces escuche en la cancha - “jueguen como si fueran hinchas”-.
Un grito de guerra que suena cada vez que el equipo va mal. El de atrás replica - “que se vayan estos mercenarios, quiero jugadores que sean de las juveniles, que sientan los colores”- . Es que es así, la pasión te tapa los ojos, bloquea la sinapsis de nuestro cerebro y somos tan naturales y expresivos como un borracho o un niño. Porque nuestros colores, sin importar cuál sea el tuyo, son los más importantes del mundo.
El amor tiene una fecha de vencimiento, pero la pasión no. Es esa que te hace ir a la cancha al otro fin de semana cuando éste te comiste tres y de locatario. Es la que te hace ir dormido al trabajo, porque la noche anterior te quedaste desvelado mirando a tu equipo jugar de visitante por la copa. Encima los colombianos te hicieron dos en el primer tiempo. Y vos te quedás esperando esa bendita revolución que no llega. Te acostas muerto, caliente y diciéndote -“que masoquista que soy”-. Igual, sabemos que el próximo partido vas hacer lo mismo.
Viste, ella es así. Es mala, juega con nosotros porque sabe que no la podemos controlar. Es traicionera y a su vez, es la más hermosa de todas.
Porque nos hace ser quién somos. Nos hace tener un propósito y una identidad.
Porque en el país más futbolero del mundo, ella nace, vive y muere todos los días de nuestra vida.
Tan bastardeada y mal utilizada estás siendo, que todos la confunden.
La pasión es amor en su estado más puro. Es un éxtasis que explota en todo nuestro cuerpo y que necesitamos expresarlo, cada uno a su manera.
No conoce color de piel, ni edad ni credo. Por eso es tan puro.
Pero ¿cómo llegamos conocerla? Algunos tienen la suerte o tal vez la facilidad que sus abuelos o padres se la inculcaran de pequeño. De nacer y ya tener su remera nueva, con el nombre en la espalda y el número del ídolo del club.
Otros se van haciendo al andar. No tienen una referencia que les indique el camino. Tocan de oído en cada charla y en cada sobremesa, para que poco a poco los colores te van atrayendo a ese mambo de emociones que cada torno, copa, y fin de semana van a vivir cuando sus colores salten a la cancha.
Muchas veces escuche en la cancha - “jueguen como si fueran hinchas”-.
Un grito de guerra que suena cada vez que el equipo va mal. El de atrás replica - “que se vayan estos mercenarios, quiero jugadores que sean de las juveniles, que sientan los colores”- . Es que es así, la pasión te tapa los ojos, bloquea la sinapsis de nuestro cerebro y somos tan naturales y expresivos como un borracho o un niño. Porque nuestros colores, sin importar cuál sea el tuyo, son los más importantes del mundo.
El amor tiene una fecha de vencimiento, pero la pasión no. Es esa que te hace ir a la cancha al otro fin de semana cuando éste te comiste tres y de locatario. Es la que te hace ir dormido al trabajo, porque la noche anterior te quedaste desvelado mirando a tu equipo jugar de visitante por la copa. Encima los colombianos te hicieron dos en el primer tiempo. Y vos te quedás esperando esa bendita revolución que no llega. Te acostas muerto, caliente y diciéndote -“que masoquista que soy”-. Igual, sabemos que el próximo partido vas hacer lo mismo.
Viste, ella es así. Es mala, juega con nosotros porque sabe que no la podemos controlar. Es traicionera y a su vez, es la más hermosa de todas.
Porque nos hace ser quién somos. Nos hace tener un propósito y una identidad.
Porque en el país más futbolero del mundo, ella nace, vive y muere todos los días de nuestra vida.
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