EL PARTIDO


Ezequiel Fernandez Moores




"Esta noche pido que se vaya Bilardo". Con Julio Grondona en Zurich, el dirigente sacó chapa de número uno, me llamó a la agencia DyN pidiendo cuidar el off the record y me aseguró que se aprestaba a solicitar la cabeza de Carlos Bilardo ante el Comité Ejecutivo de la AFA. Fue hace 30 años. Faltaban apenas dos meses para el Mundial de México. Dos meses para el 2-1 a Inglaterra en el Azteca, acaso el partido más inolvidable en la historia del fútbol argentino. Mano de Dios, Gol del Siglo y "Barrilete cósmico" de Víctor Hugo. El partido que, dijo Diego Maradona, también se jugó "por los pibes muertos en Malvinas". Contra Margaret Thatcher. Barras bravas vs hooligans, árbitro tunecino insólito, camisetas azules compradas y bordadas horas antes, smog, altura y césped arenoso y dañado, agrandan el mito de un partido que, según escribe el periodista Andrés Burgo, es "el paraíso del fútbol argentino". Su libro, de título inequívoco, se llama "El partido".
Maradona, es cierto, se plantó en defensa de Bilardo y asumió su liderazgo de nuevo capitán, pero él mismo admitía dudas. "No me olvidé de jugar al fútbol", le decía Diego a Clarín en Suiza, antes de viajar a México. Y aceptaba que, si no mejoraba, "esta puede ser una de las selecciones más feas de la historia argentina".

"Si no le ganan al Grasshoppers (y fácil) que se queden allá", advertía el diario Tiempo Argentino, afín al gobierno radical, porque el presidente Raúl Alfonsín también pedía la cabeza de Bilardo. La selección, que recibió un cachet de 4000 dólares por ese amistoso, le ganó 1-0 al Grasshoppers con un gol en el minuto 86. "Éramos la risa de todo el mundo", admite Héctor Enrique. "Llegamos para el orto", añade Ricardo Giusti. El estado de asambleísmo permanente del plantel incluyó el cuestionamiento a Maradona de Daniel Passarella, líder desplazado. Pero también cuestionamientos a Bilardo en pleno Mundial. "¡Simplemente, no le tenemos que dar más pelota!", gritó Maradona, en plena reunión a puertas cerradas, tras la victoria ante Bulgaria que aseguró el boleto a la segunda rueda. Lo escuchó el periodista José Luis Barrio, de El Gráfico. Discusiones que forman parte de cualquier concentración, pero que, en este caso, hicieron más fuerte al grupo. Jugadores suplentes que apantallaban a titulares. Un equipo, como escribe Burgo, que terminó jugando con "la belleza del hormigón".

Cada historia que elige Burgo podría ser un libro aparte. Como la camiseta suplente azul de Le Coq Sportif, sin tecnología Air-Tech, que se reveló pesadísima con la lluvia en el partido previo ante Uruguay y que Bilardo comenzó a agujerear con una tijera porque había que volver a usarlas ante Inglaterra. ¡Ridículo! Se compraron camisetas livianas en la casa de deportes que tenía en México Héctor Zelada, tercer arquero de la selección. Le cosieron números plateados de fútbol americano el día previo al partido. Igual que el escudo de la AFA, boceteado de emergencia en una computadora. Tras la victoria, Diego le cedió la suya a Steve Hodge, uno de sus marcadores. Del local Zelada Deportes del DF, la 10 es hoy objeto valioso en el Museo Nacional de Fútbol en Manchester. Maradona regaló réplicas a la terna arbitral y la que usó en el segundo tiempo, aclara Gianina, en medio hoy de una disputa familiar, Diego se la dio a "Benja", nieto del crack.

Brilla la historia de Alí Bennaceur, el árbitro tunecino, un neutral designado por la FIFA porque Inglaterra había vetado al brasileño Romualdo Arpi Filho. Bennaceur, cuenta Burgo, no se habló más con el línea búlgaro Bogdan Dotchev, quien asegura que él sí vio "La Mano de Dios", pero que no avisó porque el que debía anularla era el árbitro. Pocos la vieron dentro de la cancha y hasta alguna foto le ganó a la TV. El tunecino ahora pide dinero para entrevistas. De La Mano de Dios también vive hoy hasta su principal damnificado, el arquero inglés Peter Shilton, contratado por empresas para que cuente la jugada. Acaso le pagan más que los 33.000 dólares de premio oficial que recibió cada jugador argentino por ser campeón.

Ahí están también las cábalas de Bilardo, que en el Mundial sólo dormía dos horas de siesta en su habitación de dos metros por tres, colchón en el piso. Cada previa de partido incluye Virgen de Luján, fotos en las paredes, Nery Pumpido que le da su crema a Carlos Tapia para que se afeite (haya o no barba), Maradona recién bañado visita a Jorge Valdano (que lee a Yourcenar), Bilardo usa pasta dentrífica de Brown y llama a su esposa, el tesorero va a misa de 8, orden de subida y ubicación en el micro precario de siempre, canciones de cancha y casette de rutina, Valeria Lynch, Sergio Denis y cierre de Rocky, mismos periodistas que hacen nota al llegar al estadio y mismos fotógrafos que hablan con Bilardo al entrar en la cancha. También, para disgusto del médico Raúl Madero, el pedido de hamburguesas el día previo en Sanborn, una licencia de Bilardo, que también llevaba él mismo sangüichitos de miga a los jugadores en la madrugada y, aunque resulte extraño, prohibía entrenamientos porque era más importante descansar. Otros fumaban y, según me contó un testigo tiempo atrás, hasta hubo quien llegó más tarde del horario límite en una noche libre y fue salvado por Maradona. El mismo día del partido, diez jugadores desayunaron con Coca Cola.


Bilardo comenzó a ganarle a Inglaterra con la concentración de enero en la altura de Tilcara. Incluyó a cinco titulares del Azteca, entre ellos el fallecido José Luis Cucciufo, que se desmayó en pleno entrenamiento. Los amistosos en canchas imposibles comenzaban a las 12, igual que en México. Si la Argentina llegó a México el 5 de mayo, antes que nadie, Inglaterra arriba el 25. El plantel viaja al Azteca escuchando a los Beatles y los Rolling Stones. Plena era hooligan, hinchas borrachos enfurecen en el estadio cuando el peluquero Roberto Giordano agarra una bandera inglesa para hacerse una foto. El diputado radical Carlos Bello toca bombo con El Abuelo. Y Raúl Gámez hace de custodio del plantel. Cuarenta y cinco minutos antes del partido, el DT Bobby Robson indica a Terry Fenwick cómo marcar a Maradona. "No te preocupes -le dice-, es pequeño y tiene sólo un pie bueno". Eran tiempos sin Internet y poca TV de cable. Jugadores argentinos cuentan que aprovechaban el himno para relojear el físico de los rivales. ¿Hubo suficiencia inglesa? ¿La suficiencia del poderoso? "Puede ser", me concede Burgo, pero elige destacar la hidalguía del rival. Aceptar la injusticia sin acudir a teorías conspirativas. Y decir, como dice John Barnes por el segundo gol, que "Maradona era el viento".


El partido, es cierto, fue soporífero hasta que Diego, escribe Burgo, "bajó de las montañas" e hizo caer "un relámpago de eternidad sobre el Azteca". Porque el segundo gol, como escribió al día siguiente Juan De Biase en Clarín, también fue con la mano. "Con una mano enguantada en un botín". Dibujado y firmado: "Yo soy el rey". El libro que Burgo publicó esta semana con la editorial Tusquets (sin Maradona, que avisa su propio libro) es uno de los mejores que he leído sobre fútbol en la Argentina. Tiene fútbol, épica, época, héroes y tierra. Y si para el país colonial Malvinas es una guerra más, no es igual para la Argentina. Acierta Burgo al recordarnos sobre el final que Jorge Burruchaga, Sergio Batista, Oscar Ruggeri, Néstor Clausen ("fui un boludo", se sincera Bilardo porque no lo hizo entrar en los dramáticos minutos finales), Tapia y Enrique son del '62 y podrían haber sido combatientes. Como lo fue el conocido caso del hoy DT Omar de Felippe, entonces defensor de Huracán. Y su recuerdo de los pibes que morían a dos metros suyo en batallas cuerpo a cuerpo. De comer galletitas con caca de ratas y abrir una vaca porque "preferíamos el Consejo de Guerra antes que morir con hambre". Héctor Rebasti, otro de los 12 futbolistas-soldados, que en la quinta de San Lorenzo le atajó un penal a Ruggeri y que se entrenaba con Huracán cuando lo mandaron a Malvinas, le cuenta a Burgo que lloró dos horas tras la victoria. Que recuperó "oxígeno", "patria", "paz". Que le debe gracias eternas a Maradona, "porque entendió por las que habíamos pasado". Y porque su triunfo, dice Rebasti, además del triunfo argentino, fue también "el triunfo de la clase 62".

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