Adelanto nueva novela de Mario Vargas Llosa "Cinco esquinas" (2da parte del primer capitulo)

¿Y qué pasaría si Quique se enteraba de que ella y Chabela habían hecho lo quehicieron? ¿Se enojaría? ¿Le haría una escena de celos como si lo hubieratraicionado con un hombre? ¿Se lo contaría? No, nunca en la vida, eso no debíasaberlo nadie más, qué vergüenza. Y todavía a eso del mediodía, cuando llegóQuique de Arequipa y le trajo las consabidas pastitas de La Ibérica y la bolsa derocotos, mientras lo besaba y le preguntaba cómo le había ido en el directorio de lacervecería
«Bien, bien, gringuita, hemos decidido dejar de mandar cervezas aAyacucho, no sale a cuenta, los cupos que nos piden los terroristas y losseudoterroristas nos están arruinando»
, ella seguía preguntándose: «¿Y por quéChabela no me hizo la menor alusión y se fue como si no hubiera pasado nada? Porqué iba a ser, pues, tonta. Porque también ella se moría de vergüenza, no queríadarse por entendida y prefería disimular, como si nada hubiera ocurrido. Pero síque había ocurrido, Marisita. ¿Volvería a suceder otra vez o nunca más?».Estuvo toda la semana sin atreverse a telefonear a Chabela, esperando ansiosa queella la llamara. ¡Qué raro! Nunca habían pasado tantos días sin que se vieran o sehablaran. O, tal vez, pensándolo bien, no era tan raro: se sentiría tan incómodacomo ella y seguro aguardaba que Marisa tomara la iniciativa. ¿Se habría enojado?Pero, por qué. ¿No había sido Chabela la que dio el primer paso? Ella sólo le habíapuesto una mano en la pierna, podía ser algo casual, involuntario, sin malaintención. Era Chabela la que le había cogido la mano y hecho que la tocara allí y lamasturbara. ¡Qué audacia! Cuando llegaba a ese pensamiento le venían unas ganaslocas de reírse y un ardor en las mejillas que se le deberían haber puestocoloradísimas.Estuvo así el resto de la semana, medio ida, concentrada en aquel recuerdo, sindarse cuenta casi de que cumplía con la rutina fijada por su agenda, las clases deitaliano donde Diana, el té de tías a la sobrina de Margot que por fin se casaba, doscomidas de trabajo con socios de Quique que eran invitaciones con esposas, laobligada visita a sus papás a tomar el té, al cine con su prima Matilde, una películaa la que no prestó la menor atención porque aquello no se le quitaba un instante dela cabeza y a ratos todavía se preguntaba si no habría sido un sueño. Y aquelalmuerzo con las compañeras de colegio y la conversación inevitable, que ellaseguía sólo a medias, sobre el pobre Cachito, secuestrado hacía cerca de dos meses.Decían que había venido desde Nueva York un experto de la compañía de seguros anegociar el rescate con los terroristas y que la pobre Nina, su mujer, estabahaciendo terapia para no volverse loca. Cómo estaría de distraída que, una de esasnoches, Enrique le hizo el amor y de pronto advirtió que su marido sedesentusiasmaba y le decía: «No sé qué te pasa, gringuita, creo que en diez años dematrimonio nunca te he visto tan aguada. ¿Será por el terrorismo? Mejordurmamos».El jueves, exactamente una semana después de aquello que había o no habíapasado, Enrique volvió de la oficina más temprano que de costumbre. Estabantomando un whisky sentados en la terraza, viendo el mar de lucecitas de Lima asus pies y hablando, por supuesto, del tema que obsesionaba a todos los hogaresen aquellos días, los atentados y secuestros de Sendero Luminoso y delMovimiento Revolucionario Túpac Amaru, los apagones de casi todas las nochespor las voladuras de las torres eléctricas que dejaban en tinieblas a barrios enterosde la ciudad, y las explosiones con que los terroristas despertaban a medianoche yal amanecer a los limeños. Estaban recordando haber visto desde esta mismaterraza, hacía algunos meses, encenderse en medio de la noche en uno de los
 
5cerros del contorno las antorchas que formaban una hoz y un martillo, como unaprofecía de lo que ocurriría si los senderistas ganaban esta guerra. Enrique decíaque la situación se estaba volviendo insostenible para las empresas, las medidas deseguridad aumentaban los costos de una manera enloquecida, las compañías deseguros querían seguir subiendo las primas y, si los bandidos se salían con sugusto, pronto llegaría el Perú a la situación de Colombia donde los empresarios,ahuyentados por los terroristas, por lo visto se estaban trasladando en masa aPanamá y a Miami, para dirigir sus negocios desde allá. Con todo lo que esosignificaría de complicaciones, de gastos extras y de pérdidas. Y estabaprecisamente diciéndole «Tal vez tengamos que irnos también nosotros a Panamáo a Miami, amor», cuando Quintanilla, el mayordomo, apareció en la terraza: «Laseñora Chabela, señora». «Pásame la llamada al dormitorio», dijo ella y, allevantarse, oyó que Quique le decía: «Dile a Chabela que llamaré uno de estos díasa Luciano para vernos los cuatro, gringuita».Cuando se sentó en la cama y cogió el auricular, le temblaban las piernas. «¿AlóMarisita?», oyó y dijo: «Qué bueno que llamaras, he estado loca con tanto que hacery pensaba llamarte mañana tempranito».
Estuve en cama con una gripe fuertísima
dijo Chabela
, pero ya se me estáyendo. Y extrañándote muchísimo, corazón.
Y yo también
le contestó Marisa
. Creo que nunca hemos pasado una semanasin vernos ¿no?
Te llamo para hacerte una invitación
dijo Chabela
. Te advierto que noacepto que me digas que no. Tengo que ir a Miami por dos o tres días, hay unos líosen el departamento de Brickell Avenue y sólo se arreglarán si voy en persona.Acompáñame, te invito. Tengo ya los pasajes para las dos, los he conseguido gratiscon el millaje acumulado. Nos vamos el jueves a medianoche, estamos allá viernesy sábado, y regresamos el domingo. No me digas que no porque me enojo a muertecontigo, amor.
Por supuesto que te acompaño, yo feliz
dijo Marisa; le parecía que el corazónse le saldría en cualquier momento por la boca
. Ahorita mismo se lo voy a decir aQuique y si me pone cualquier pero, me divorcio. Muchas gracias, corazón. Regio,regio, me encanta la idea.Colgó el teléfono y permaneció sentada en la cama todavía un momento, hastacalmarse. La invadió una sensación de bienestar, una incertidumbre feliz. Aquellohabía pasado y ahora ella y Chabela se irían el jueves próximo a Miami y por tresdías se olvidarían de los secuestros, el toque de queda, los apagones y toda esapesadilla. Cuando volvió a reaparecer en la terraza, Enrique le hizo una broma:«Quien a sus solas se ríe, de sus maldades se acuerda. ¿Se puede saber por qué tebrillan así los ojos?». «No te lo voy a decir, Quique», coqueteó ella con su marido,echándole los brazos al cuello. «Ni aunque me mates te lo digo. Chabela me hainvitado a Miami por tres días y le he dicho que si no me das permiso paraacompañarla, me divorcio de ti

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